domingo, 24 de abril de 2011

ALMA DESNUDA

















"Desnudo con Amapolas" (MIGUEL ÁNGEL BEDATE GARCÍA DE LEANIZ )


Soy un alma desnuda en estos versos,
alma desnuda que angustiada y sola
va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola,
que puede ser un lirio, una violeta,
un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta
y ruge cuando está sobre los mares
y duerme dulcemente en una grieta.

Alma que adora sobre sus altares
dioses que no se bajan a cegarla;
alma que no conoce valladares.

Alma que fuera fácil dominarla
con sólo un corazón que se partiera
para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera
dice al invierno que demora: vuelve,
caiga tu nieve sobre la pradera.

Alma que cuando nieva se disuelve
en tristezas, clamando por las rosas
con que la primavera nos envuelve.

Alma que a ratos suelta mariposas
a campo abierto, sin fijar distancia,
y les dice: libad sobre las cosas.

Alma que ha de morir de una fragancia,
de un suspiro, de un verso en que se ruega,
sin perder, a poderlo, su elegancia.

Alma que nada sabe y todo niega
y negando lo bueno el bien propicia
porque es negando como más se entrega.

Alma que suele haber como delicia
palpar las almas, despreciar la huella,
y sentir en la mano una caricia.

Alma que siempre disconforme de ella,
como los vientos vaga, corre y gira;
alma que sangra y sin cesar delira
por ser el buque en marcha de la estrella.

Alfonsina Storni

martes, 5 de abril de 2011

AMOR EN DOS TIEMPOS


















I
Mi pedazo de dulce de alfajor de almendra
mi pájaro carpintero serpiente emplumada
colibrí picoteando mi flor bebiendo mi miel
sorbiendo mi azúcar tocándome la tierra
el anturio la cueva la mansión de los atardeceres
el trueno de los mares barco de vela
legión de pájaros gaviota rasante níspero dulce
palmera naciéndome playas en las piernas
alto cocotero tembloroso obelisco de mi perdición
tótem de mis tabúes laurel sauce llorón
espuma contra mi piel lluvia manantial
cascada en mi cauce celo de mis andares
luz de tus ojos brisa sobre mis pechos
venado juguetón de mi selva de madreselva y musgo
centinela de mi risa guardián de los latidos
castañuela cencerro gozo de mi cielo rosado
de carne de mujer mi hombre vos único talismán
embrujo de mis pétalos desérticos vení otra vez
llename pegame contra tu puerto de olas roncas
llename de tu blanca ternura silenciame los gritos
dejame desparramada mujer.

II
Campanas sonidos ulular de sirenas
suelto las riendas galopo carcajadas
pongo fuera de juego las murallas
los diques caen hechos pedazos salto verde
la esperanza el cielo azul sonoros horizontes
que abren vientos para dejarme pasar:
«Abran paso a la mujer que no temió las mareas del amor
ni los huracanes del desprecio»

Venció el vino añejo el tinto el blanco
salieron brotaron las uvas con su piel suave
redondez de tus dedos llovés sobre mí
lavás tristeza reconstruís faros bibliotecas
de viejos libros con hermosas imágenes
me devolvés el gato risón Alicia el conejo
el sombrero loco los enanos de Blancanieves
el lodo entre los dedos el hálito de infancia
estás en la centella en la ventana desde donde
nace el árbol trompo tacitas te quiero te toco
te descubro caballo gato luciérnaga pipilacha
hombre desnudo diáfano tambor trompeta
hago música
bailo taconeo me desnudo te envuelvo
me envuelves
besos besos besos besos besos besos besos besos
silencio sueño.

Gioconda Belli

martes, 15 de febrero de 2011

LA SOMBRA DEL VIENTO


EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS

La claridad del amanecer se filtraba desde balcones y cornisas en so¬plos de luz sesgada que no llegaban a rozar el suelo. Fi¬nalmente, mi padre se detuvo frente a un portón de ma¬dera labrada ennegrecido por el tiempo y la humedad. Frente a nosotros se alzaba lo que me pareció el cadáver abandonado de un palacio, o un museo de ecos y som¬bras.
—Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie. Ni a tu amigo Tomás. A nadie.
Un hombrecillo con rasgos de ave rapaz y cabellera plateada nos abrió la puerta. Su mirada aguileña se posó en mí, impenetrable.
—Buenos días, Isaac. Este es mi hijo Daniel —anun¬ció mi padre—. Pronto cumplirá once años, y algún día él se hará cargo de la tienda. Ya tiene edad de conocer este lugar.
El tal Isaac nos invitó a pasar con un leve asentimien¬to. Una penumbra azulada lo cubría todo, insinuando apenas trazos de una escalinata de mármol y una galería de frescos poblados con figuras de ángeles y criaturas fa¬bulosas. Seguimos al guardián a través de aquel corredor palaciego y llegamos a una gran sala circular donde una auténtica basílica de tinieblas yacía bajo una cúpula acu¬chillada por haces de luz que pendían desde lo alto. Un laberinto de corredores y estanterías repletas de libros ascendía desde la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada de túneles, escalinatas, plataformas y puentes que dejaban adivinar una gigantesca biblioteca de geometría imposible. Miré a mi padre, boquiabierto. El me sonrió, guiñándome el ojo.
—Daniel, bienvenido al Cementerio de los Libros Ol¬vidados.
Salpicando los pasillos y plataformas de la biblioteca se perfilaban una docena de figuras. Algunas de ellas se volvieron a saludar desde lejos, y reconocí los rostros de diversos colegas de mi padre en el gremio de libreros de viejo. A mis ojos de diez años, aquellos individuos apare¬cían como una cofradía secreta de alquimistas conspiran¬do a espaldas del mundo. Mi padre se arrodilló junto a mí y, sosteniéndome la mirada, me habló con esa voz leve de las promesas y las confidencias.
—Este lugar es un misterio, Daniel, un santuario. Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus pá¬ginas, su espíritu crece y se hace fuerte. Hace ya muchos años, cuando mi padre me trajo por primera vez aquí, este lugar ya era viejo. Quizá tan viejo como la misma ciu¬dad. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo existe, o quiénes lo crearon. Te diré lo que mi padre me dijo a mí. Cuando una biblioteca desaparece, cuando una librería cierra sus puertas, cuando un libro se pierde en el olvido, los que conocemos este lugar, los guardianes, nos aseguramos de que llegue aquí. En este lugar, los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiem¬po, viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu. En la tienda nosotros los vendemos y los compramos, pero en realidad los libros no tienen dueño. Cada libro que ves aquí ha sido el mejor amigo de alguien. Ahora sólo nos tienen a nosotros, Daniel. ¿Crees que vas a poder guardar este secreto?
Mi mirada se perdió en la inmensidad de aquel lugar, en su luz encantada. Asentí y mi padre sonrió.
— ¿Y sabes lo mejor? —preguntó.
Negué en silencio.
—La costumbre es que la primera vez que alguien visi¬ta este lugar tiene que escoger un libro, el que prefiera, y adoptarlo, asegurándose de que nunca desaparezca, de que siempre permanezca vivo. Es una promesa muy im¬portante. De por vida —explicó mi padre—. Hoy es tu turno.
Por espacio de casi media hora deambulé entre los entresijos de aquel laberinto que olía a papel viejo, a pol¬vo y a magia. Dejé que mi mano rozase las avenidas de lomos expuestos, tentando mi elección. Atisbé, entre los tí¬tulos desdibujados por el tiempo, palabras en lenguas que reconocía y decenas de otras que era incapaz de cata¬logar. Recorrí pasillos y galerías en espiral pobladas por cientos, miles de tomos que parecían saber más acerca de mí que yo de ellos. Al poco, me asaltó la idea de que tras la cubierta de cada uno de aquellos libros se abría un uni¬verso infinito por explorar y de que, más allá de aquellos muros, el mundo dejaba pasar la vida en tardes de fútbol y seriales de radio, satisfecho con ver hasta allí donde al¬canza su ombligo y poco más. Quizá fue aquel pensa¬miento, quizá el azar o su pariente de gala, el destino, pero en aquel mismo instante supe que ya había elegido el libro que iba a adoptar. O quizá debiera decir el libro que me iba a adoptar a mí. Se asomaba tímidamente en el extremo de una estantería, encuadernado en piel de color vino y susurrando su título en letras doradas que ardían a la luz que destilaba la cúpula desde lo alto. Me acerqué hasta él y acaricié las palabras con la yema de los dedos, leyendo en silencio.

La Sombra del Viento
Julián CARAX

Jamás había oído mencionar aquel título o a su autor, pero no me importó. La decisión estaba tomada. Por am¬bas partes. Tomé el libro con sumo cuidado y lo hojeé, dejando aletear sus páginas. Liberado de su celda en el estante, el libro exhaló una nube de polvo dorado. Satis¬fecho con mi elección, rehice mis pasos en el laberinto portando mi libro bajo el brazo con una sonrisa impresa en los labios. Tal vez la atmósfera hechicera de aquel lu¬gar había podido conmigo, pero tuve la seguridad de que aquel libro había estado allí esperándome durante años, probablemente desde antes de que yo naciese.

Carlos Ruíz Zafón

martes, 18 de enero de 2011

AMAPOLA EN LA ARENA











Capullo de amapola que brotas en la arena,
¿Cuál maravilla te deduce?,
que envanecida de brillo dejas salpicar tu aroma entre sal e infinito,
Reposo desafiante que culmina el alba con tu huella,
e insectos en la distancia desvanecen, sin percibir tu quedo.

Capullo de amapola que brotas en la arena,
Medito tu porqué, y respuestas se alejan entre voces cabizbajas,
¿cuál maravilla te contempla?, que solo las olas buscan tus caricias sin alcanzarte.
y celosas envidian mi camino que se te acerca.

Te miro,
y asombro soy,
¿Cómo pudiste brotar aquí?,

Quiero tocarte y temor me hago,
He dañado tanto, que solo mirarte ya es presagio de muerte,
y quiero, más no debo.

Más, si he matado sin recordar,
si en lodazal, he consumido a damas que me amaron,
¿porqué no dejar a fortuna ser juez?

Quiero tocarte, y lo hago,
...¡no estás clavada en la arena!,
no tienes tallo que se ciñe en fuerza,
solo has volado hasta mis previos,
enterrándote en el azar,
y esperanzado te imagine germinada.

Capullo de amapola que te posaste en la arena,
viniste a mí,
para solo morir conmigo.

Kardhiel.


http://kardhiel.blogspot.com/

miércoles, 5 de enero de 2011

UN PEQUEÑO SOPLO A TU MIRADA, MI QUERIDA ÁNGELA

Mientras abrazaba a mi Dios, socorriéndome en su obra, verbo hecho cenizas y de las cenizas hizo el amor, ese que llamamos creación. Le pedí que despertase hoy haciendo el amor, y te encontré fusionada en palabras, para ir desnudando con mi sudor de miradas, el algodonal de tus poros. Con soplo de aromas desabotonaba tu vestir para descubrir tu delicia. Supe que eras y a la vez no eras, pues eras yo y a la vez ambos. En suave excitación me dejé morir para renacer en tu adentro, y fuiste musa, canción y poesía, ese fuego que vuela en la calma de logro. Tiempo, tes has ido para ser cómplice, y dejarnos jugar al amor. Y tú, en huella te dejaste viva, para hacerte el amor en cada inhalación de mi camino. Llegaste, para cubrirme de instantes, y me haces hermoso porque te reflejas en mis labios y así me hago tuyo. Kardhiel http://kardhiel.blogspot.com/

miércoles, 10 de noviembre de 2010

VARIOS EFECTOS DEL AMOR


















Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde, y animoso,

No hallar, fuera del bien centro y reposo;
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso,

Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

Creer que un cielo en un infierno cabe,
dar a la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Lope de Vega


domingo, 10 de octubre de 2010

MI POETA






Poeta de alas blancas
y chancletas.
Cascada de palabras.
Remolino de verbos
y hojas sepias.

Todo se mezcla
y entremezcla.
Lunas y tierras.
Soles y sueños,
horneados,
entre pizcas de lujuria,
amor y desenfreno.

Las páginas de harina
aguardan blancas,
tus manos de alfarero,
poeta de luceros.

Amasas las sonrisas,
los llantos,
la lluvia callejera
y los trajes de cielo.
Poeta de mil fuegos.

Acaricias las olas,
remontas las espumas,
bailas entre las llamas,
y te dejas quemar
ceniza en sonetos.
Poeta de mis ciertos.

Pellizcas la esperanza,
arropas el silencio,
y avivas la alegría
efímera-infinita,
pestañeando ternura.
Poeta dedos-plumas.

Tiñes con notas musicales
-tu voz grave y sentida-
hilos de realidades
-la tela de mis días-
poeta de mi vida.

Ángela becerra
Esta entrada se la dedico a Desvanecerse. Un poeta de sueños, de suspiros, de versos con brisa de vientos, de cafés en tardes de nubes y aguaceros, caballero andante de sonrisa eterna y alma de soneto.
Felicidades querido amigo en el día que cumples gotas de lluvia en el caminar de tu vida.